lunes, 12 de julio de 2010

El cuerpo - del blog de Simón Elías

Escrito por uno de los mejores alpinistas de España. Escatológico, sí, pero no tiene desperdicio...

El cuerpo
Publicado por simonelias - 02/07/10 a la 1:07:33 pm

Uno no se da cuenta de la cantidad de vello púbico que puede liberar el cuerpo humano hasta que se va de expedición. El suelo de la tienda se cubre de una espesa capa de pelos negros y duros. Pelos a los que les gustaría vivir tiesos y altivos como un alambre pero que se arremolinan en oscuras caracolas, muchas veces abrazando una pelusa formada por diversos elementos de origen indeterminado.

Los pelos aparecen en el libro que lees, en la taza del desayuno, dentro de la tortilla de dos huevos y un poco de cebolla que te acabas de cocinar, colgados de las paredes de la tienda de campaña y, como he dicho, cubriendo los espacios no ocupados por las colchonetas aislantes en el suelo de la carpa. Allí se unen, se engarzan como cristales de nieve formando un manto tupido que un día descubrimos a punto de cobrar vida en la esquina suroeste de la tienda.

20 días de expedición de montaña no son ninguna tontería, se descubren olores, cerúmenes, pelos, sabores… que creíamos extinguidos en esta época del roll on y el aftershave. En el campamento de altura situado en el Collado Fantasma (su nombre debe venir de las más de 8 horas de caminata que cuesta alcanzarlo y de las pocas esperanzas que alberga al final del día el encontrarlo. Por suerte en el camino hay gran cantidad de insondables grietas glaciares a las que arrojarse si la desesperación alcanza un grado máximo) a 5.400 metros, dos cordadas de alpinistas pasan cuatro días escalando y descansando en una sola tienda de tres plazas. Cuando uno se quita las botas los otros enmudecen. Un olor agrio, cálido y tan espeso que podrías cortarlo con un cuchillo y rallarlo sobre una tostada, toma los cuatro metros cuadrados de espacio habitable. Los pies salen del calcetín húmedos y arrugados como una pasa, con restos de tejido bajo las uñas sin cortar y con grumos oscuros de lo que estimamos repugnante materia orgánica entre los dedos. Por eso dormimos cabeza con cabeza en este collado a 5.500 metros, el otro lado de la tienda está impracticable.

Hasta aquí ha llegado un perro que se alimenta de nuestros excrementos. Ha salido del campamento base a acompañarnos como si fuese un juego, en el glaciar ha sorteado todas las grietas, ha escalado pendientes de 30 grados con las uñas clavadas en la nieve y pasa las noches al raso soportando temperaturas de 10-15 bajo cero. Cuando alguien se acuclilla dispuesto a desalojar sus restos en los alrededores de la tienda, la perra espera paciente su turno con educación hasta que puede hincarle el diente a la masa humeante sobre la nieve. Es la mejor imagen que he visto para comprender el concepto de cadena alimenticia. Los alrededores de nuestra concurrida tienda de campaña están impolutos a excepción de las manchas amarillas de nuestros continuos orines. La distancia de seguridad en la que podemos movernos tambaleantes, medio en pelotas, semidormidos a las tres de la mañana o en cualquier momento de apretón de vejiga, está marcada por un círculo que podría parecer de llamas amarillas o anaranjadas (según la hidratación) de cuatro metros de radio. Fuera de este radio de seguridad están las grietas en las que sería una desfachatez morir de politraumatismo o hipotermia con los pantalones por las rodillas y la chorra fuera.

Un buen conocedor de la historia del alpinismo y practicante ocasional él mismo, cuando no se encuentra recogiendo ropa usada en los containers de su ciudad o paseando por los centros comerciales reconfortándose de la felicidad que le produce a sus congéneres gastar dinero. Ese poeta de lo hediondo, especulativo y siempre del lado perdedor que es Bahillo, me anunció hace ya muchos años mientras compartíamos un vivac miserable a 6.000 metros, una máxima del alpinismo que no he olvidado nunca: una vía no es lo suficientemente difícil si no te has cagado encima. El excremento, y esto es algo que muchos practicantes noveles de nuestra actividad todavía no saben, tiene mucho que ver con la dificultad. Por eso para las vías más comprometidas y arriesgadas hay que llevar calzoncillos boxer bien apretados bajo las ingles, para que la materia caliente recién expulsada, no corra pantorrilla abajo y pueda reutilizarse, como bien hemos visto en el párrafo anterior, por ejemplo, para completar un eslabón de la cadena alimenticia. Hay que tener una cierta dureza de carácter para estar colgado de un piolet sobre un muro de hielo y dejar deslizar el chorro cálido a través del esfinter sin ninguna contorsión, sin aspavientos, con el gesto concentrado pero no agitado. Hay que saber cagarse con frialdad. Sentir el bulto entre las perneras del arnés y clavar de nuevo el piolet unos centímetros más arriba como si simplemente hubiésemos escupido o nos hubiésemos quitado los mocos con el dorso del guante. No todos valen para esto; una prueba más de que el alpinismo, el verdadero ejercicio del compromiso, no es apto para todos los públicos.

A la perrita que pasó estos memorables días con nosotros en el campamento de altura la hemos nominado para el Piolet de Oro. Nunca habíamos visto un mamífero con tanta resistencia. Aguantó cinco días sin cobijo y sin más alimento que nuestros detritus, que cada día ofrecían menos propiedades nutritivas, según nuestra dieta se iba degradando. Las jornadas de escalada entre 10 y 20 horas tampoco ayudaban mucho en la consistencia de nuestros desechos. La perrita aguantó como uno de esos rusos que vemos en las revistas. Para nosotros fue la vencedora del viaje.

Alguien se ha tirado un pedo en la tienda-comedor. Por el aroma ácido con toques de chocolate y membrillo rancio, es de Mikel. Lo podría reconocer entre la muchedumbre de un centro comercial. Uno siempre reconoce los pedos del compañero. En la montaña se crean unos lazos que serían inviables a pie de calle. Cenamos bien. Juancito, nuestro cocinero, se esmera cada día. Esta tarde ha metido la mano en el gallinero que ha improvisado con piedras junto a la cocina y al primer pollo que le ha picado le ha cortado el cuello. Lo ha desplumado en un momento y a la noche nos lo comemos con arroz. Un manjar del que repetimos varios platos hasta meternos en la cama empachados y felices. En la montaña la felicidad es muy básica: si el día es malo, consiste en seguir sintiéndote vivo. Si es bueno, vale con un buen plato de arroz con pollo y un saco de dormir. Cierras la cremallera y comienzan los gases. Puede parecer una majadería, pero a todos nos gusta el olor de nuestros propios pedos. El aroma ácido con toques de chocolate y un ligero regusto a hierba recién cortada o a patatas en descomposición sube acariciándote la espalda como un baño de algas. Lo disfrutas con total intensidad antes de pasárselo a tus compañeros. Uno puede saber si su compañero de tienda está enfermo por el olor de sus pedos. Un día Dani se puso enfermo y notamos que ya no eran como todos los días. Entonces le preparamos manzanillas y le ofrecimos pastillas que él rechazó. Por sus pedos pudimos cuidarle. Cuando estamos en casa, en medio de este pugilato que es la vida cuando te quitas los crampones, nadie te huele los pedos con comprensión médica. El pedo es un barómetro del cuerpo y una elegante manera de comunicarse.

Los que llevamos años en estos menesteres sabemos que antes de salir de expedición es fundamental afeitarse los pelos del culo. Bien cortitos, bien rasuraditos pero sin utilizar la misma maquinilla que para la barba. Con esa luego pica mucho. Es mejor hacerlo con una de la cabeza, con una de esas máquinas eléctricas que usamos en momentos de exaltación o depresión emocional para raparnos. Así no quedan pelos enterrados y se minimizan los picores. Este truco es fundamental, recuerdo una desafortunada ocasión en Patagonia en que después de bajar de una vía difícil con la prueba de más de doscientos gramos todavía solidificada dentro del calzoncillo, no había manera de abrir hueco en esa maraña de pelos y restos orgánicos. Sólo teníamos una navaja y a punto estuve de utilizarla en el desbroce, pero mientras blandía su hoja entre mis nalgas, acuclillado, con la cabeza entre las piernas encima del glaciar, pensé en que no le podía hacer eso a mi compañero. Lo solucioné todo con pequeños llamarazos de mechero y es que el respeto por el compañero es fundamental. Ese tipo que parece el doble de Leopoldo García Panero es tu mejor amigo, la sujección de tu cuerda y la única conversación en docenas de kilómetros.

Hay países especialmente complicados a los que viajar de expedición. Por ejemplo en la India lo más complicado son los primeros días. Si haces un viaje de bajo presupuesto y comes en los puestos de la calle, llegar al campamento base sin haber expulsado algún órgano vital por el water será el mayor reto. La escalada luego será un paseo. Recuerdo que en mi primer viaje a la India repasaba las posibilidades de éxito de la expedición analizando los restos que encontraba en la letrina. Esto pertenece a J.C., que es casi agua y tiene restos de sangre; esto más pastoso es de G., que tiene una consistencia similar a la mía; y este seco y negro es de J., que se encuentra en plena forma. Cuántas expediciones se han perdido en las letrinas. En nuestro viaje a la cordillera Huayhuash decir: ¿cómo estás?, significa realmente: ¿qué tal has cagado? Y una conversación puede alargarse más de media hora, adentrándose en descripciones, en términos y adjetivos del excremento que nos parecerían imposibles desde el asfalto. La montaña añade muchos matices a la vida.

Comentarios:
  •  Y no olvidemos el mejor método de selección de pareja de Big Wall: pertréchese con su disfraz para acudir a bodas familiares, petate, arnés, hierros varios… y sobre el orejero de su abuelita extienda todo. Previamente habremos conectado diez ventiladores industriales de gran potencia. En semejante aprieto dispongase a liberar su carga anal en una bolsa de papel, seguramente situada muy cerca de la cara de quien le asegurara en el tramo de A5 expuesto hasta el diedro entre el periquito y la foto de familia. Si se logra evacuar sin manchar nada (ni siquiera por vomitos) ¡Enhorabuena! Tiene usted un excelente compañero de cordada.
  • Y de qué ibamos a hablar cuando ya has memorizado la via, se ha acabado la cerveza y no deja de llover. Eso sí, es muy importante al volver a la civilización recordar que los cánones de comportamiento en la oficina no son los mismos que en la pared, y un eructo que evite ese incómodo flato no será celebrado por el jefe de turno de igual modo que por el compañero de cordada.
  • Aunq recelo mencionar (aun oblicuamente) "sobras" y "salidas" en este punto y momento, concedo q el texto es sobresaliente; y lo pruebo: ojalá no lo hubiera leído.