A veces ocurre. Suena el teléfono y contestas, sonriendo al reconocer la voz al otro lado del "hilo" (hoy en día de las ondas). Pero ese día la voz suena más seria que de costumbre, y las primeras frases que escuchas se te van a quedar grabadas para siempre. Las fases me imagino que serán para todos más o menos las mismas: primero negación e incredulidad, después rabia, y por fin surge la pena (a veces sin que se extinga del todo la rabia).
El viernes fue uno de esos días, y ya nunca más el 19 de marzo será San José, ni el Día del Padre, ni el de la Cremá... Sino el día en que perdí un verdadero amigo.
El fin de semana lo he pasado en Madrid, de velatorio y entierro, con Sole, Axel y Patri. Qué suerte, tener gente alrededor que siente lo mismo que tú y con los que, sin tener que decirlo, haces un pacto: vamos a intentar sonreir, y hablar de otras cosas, y recordar, de la forma menos dolorosa posible, esos buenos ratos con la persona que falta. Y así, ser fuertes juntos, que para eso, sin saberlo, nos había preparado. Y es que, si me pongo a pensarlo, casi todos mis amigos lo son gracias a César. Otra cosa más que le debo...
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