En Bután, una pequeña y montañosa nación budista del sur de Asia, localizada en la cordillera del Himalaya entre India y China, con unos 2 millones de habitantes, 47.000 km2 de territorio y una esperanza de vida promedio de 61 años, la felicidad es la riqueza que se mide. En efecto, se trata de un país, en donde la riqueza no es medida por las pertenencias o el oro que una persona pueda tener, sino más bien por el grado de felicidad de la misma. De hecho, en este país, el Producto Interno Bruto (PIB) que se maneja en todos los países de manera internacional, es reemplazado por la Felicidad Nacional Bruta (FNB).
Y es que hace varios años, el rey de Bhután, Jigme Singye Wangchuck, comenzó a aplicar esta idea que ya está en funcionamiento, y de la cual han creado una comisión nacional para cuantificar la Felicidad Bruta del País. Karma Tshiteem, encargado de la Comisión que maneja las estadísticas de la Felicidad de la Nación, dice que la Felicidad Nacional Bruta se medirá en los siguientes factores: bienestar psicológico, salud, educación, buen gobierno, vitalidad de la comunidad y diversidad ecológica; para los próximos años se espera que tengan lugar cambios gubernamentales, con el fin de potenciar y aumentar la Felicidad Nacional Bruta. No obstante, su política ha dado frutos entre los butaneses, que, pese a su precariedad económica, son, según un estudio de la británica Universidad de Leicester, el octavo pueblo más feliz del mundo, por delante de Estados Unidos.
Bután ha sido el primer país del mundo que prohíbe totalmente la venta de tabaco y donde toda actividad en ese sentido es sancionada. Desde hace varios años, Bután decretaba varios días "sin tabaco", y las comunidades locales otorgaban medallas a las personas que habían registrado éxitos en el combate contra el tabaquismo. Las medidas radicales contra el tabaquismo fueron apoyadas activamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la cual el tabaco es la segunda causa de mortalidad en el mundo.
El reino de Bután siempre tuvo un concepto especial de la era moderna. El ingreso de visitantes extranjeros al país no fue autorizado hasta la década de los 70. En la actualidad deben pagar 200 dólares por cada día pasado en Bután, obligatoriamente en el marco de viajes organizados, y el turismo sigue siendo muy restringido. En el año 2007 el país comenzó a tener elecciones. La inexperiencia democrática de los butaneses hizo que en abril de 2007 el Gobierno organizara un masivo simulacro electoral en el que los candidatos eran estudiantes de institutos y representaban a partidos ficticios con nombres de dragón y programas imaginarios. Estas elecciones, que contaron con 42 observadores internacionales, son la culminación de una transición “feliz” propugnada por el rey Wangchuck, quien, tras dar su visto bueno a una propuesta de Constitución, abdicó en diciembre de 2006 a favor de su hijo Jigme Khesar. Es importante destacar que Bután no tuvo teléfono ni moneda hasta 1960.
El ritmo de los cambios ha asustado a parte de los habitantes del país, conocido como el último Shangri-La, que vivió hasta hace poco en un ambiente medieval. Durante su reinado, el rey Wangchuk se embarcó en una rápida modernización que desembocó en la legalización de la televisión e Internet (1999) y, más tarde, de la libertad de prensa, en parte para favorecer la cultura democrática que se estaba promoviendo. Llena de retos, esta democracia recién nacida comparte sin embargo rasgos de otras más veteranas, como las inevitables anécdotas de la jornada electoral: la más sonada la protagonizó Tshewang Dema, una mujer de 65 años que caminó 600 kilómetros durante catorce días para poder depositar su papeleta: "Me mareo en los coches, y como no quería perder mi voto, caminé", declaró Dema al rotativo "Bhutan Times".
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