miércoles, 26 de noviembre de 2008

Manda huevos


Artículo de la Asociación PETA sobre el proceso de obtención de huevos para el consumo humano y su etiquetado.

La vida de una "gallina ponedora" comienza en una incubadora en una granja de pollitos. La mitad de los que salen del cascarón son machos, y los matan al cabo de uno o dos días porque no hacen falta. Cada año mueren millones. Se tiran a la basura para asfixiarlos, o se arrojan todavía vivos a unas trituradoras de alta velocidad, llamadas "picadoras".

Cuando las hembras están en edad de poner huevos, con unas 16 ó 18 semanas, se trasladan a la granja de gallinas, una instalación que en general consiste en varios edificios, cada uno de ellos de la longitud de un campo de fútbol, llenos de filas de jaulas metálicas, apiladas a veces hasta el mismo techo. Estas jaulas tienen el suelo en desnivel, de forma que el huevo ruede hasta una cinta transportadora camino del siguiente paso de producción. Cada edificio puede albergar unas 200.000 gallinas, o incluso más, produciendo cada una de ellas una media de huevos superior a los 260 al año. Las estadísticas de 1940 indicaban una producción de 134 huevos por gallina y año, lo que nos da idea de las manipulaciones genéticas y ambientales que se han llevado a cabo para duplicar la producción.

Para optimizar la producción de cada edificio, se encajan tantas gallinas en la misma jaula como sea posible, y cada animal dispone de una superficie similar a la de medio folio de papel. Las condiciones son reducidas e impiden al animal realizar conductas normales como anidar y asearse, ambas importantes para las gallinas.

Las jaulas se apilan unas sobre otras, y los excrementos caen a las de debajo. El amoniaco y el hedor de las heces contaminan el aire, y proliferan las infecciones y las enfermedades. Las gallinas que consiguen escapar de las jaulas caen sobre la pila de deshechos orgánicos, donde mueren.

Por si no fuera poco, añadimos la absoluta falta de ejercicio sumada a la superproducción de huevos, y tenemos osteoporosis y fracturas óseas. Forzadas a una vida entera de pie, se les deforman las patas, el alambre corta sus dedos, que además se arquean, y se convierten en garras al sostenerse en una superficie inadecuada.
La osteoporosis es una afección común en estas gallinas, ya que sus cuerpos pierden más calcio en la producción de cada huevo del que pueden asimilar en su alimentación.

También por este apilamiento hay millones de aves que pueden sufren asfixia en las olas de calor, ya que no hay la ventilación adecuada. Y lo que es más, las heces y el polvo crean una atmósfera insalubre.

Picarse unas a otras de forma constante es una de las reacciones de las gallinas para combatir el stress. Para reducir los daños derivados de esto, la industria de los huevos ha ideado un proceso: cortarles un trozo de pico. Con ello, le seccionan también las terminaciones nerviosas del pico, que puede degenerar en anomalías del tejido nervioso. Se les corta con una hoja al rojo vivo. No les dan calmantes, y algunas, incapaces de comer por el dolor, mueren deshidratadas.

Y aún hay otra cosa más. Algunas de estas fábricas de huevos provocan la "muda forzada": se deja a la gallinas sin comer ni beber durante dos semanas, a oscuras, provocando que todas muden (cambien las plumas) a la vez, porque la muda hace comenzar de nuevo el ciclo de la puesta de huevos, y así alargan la productividad económica de estos animales cuando la producción baja. Además de las plumas, pierden un significativo porcentaje (25%) de su peso normal; de hecho, muchas (10%) mueren de hambre y deshidratación.
Después de un año o dos, las gallinas dejan de ser rentables y se envían al matadero, son las "gallinas gastadas". Sus huesos frágiles se suelen romper durante el manejo o ya en el matadero. En general, acaban siendo ingrediente de sopas, caldos o productos cárnicos similares de bajo contenido en pollo, en lo que sus cuerpos pueden ir totalmente triturados para que el consumidor no detecte hematomas ni heridas.

Los productores de este tipo de huevos han encontrado en los mataderos avícolas y en los subproductos de gallina una nueva posibilidad para deshacerse de las "gastadas", incluyendo su inclusión en el pienso para animales de compañía.

El bienestar de una gallina ponedora está directamente ligado a su capacidad de desarrollar su conducta natural. Una gallina feliz es una gallina con libertad para picotear por el suelo, hacer ejercicio, arreglarse las plumas, darse baños de tierra, subir a un palo cuando se siente amenazada y construir un nido en el que depositar sus huevos. En comparación, las gallinas ponedoras de granjas más familiares, que no viven en jaulas, llevan una vida más normal. Tienen espacio para moverse y para aletear, pueden socializarse y desarrollar conductas naturales como escarbar en el suelo y asearse.

Fijándote en el código que suele ir imprimido en los propios huevos, puedes elegir aquellos que no procedan de instalaciones como éstas. Los huevos marcados con un código que empiece por "0" o "1" no son necesariamente más caros.

- El código 0 identifica a los huevos de producción ecológica, donde además de estar criadas en libertad, las gallinas son alimentadas con pienso sin insecticidas y no transgénicos, y gozan de amplio espacio interior y exterior.
- El código 1 identifica a los huevos llamados camperos. Las gallinas están alimentadas con pienso tradicional y viven en naves con acceso al exterior.
- Para los códigos 2 y 3, en las cajas pone: gallinas criadas en suelo o gallinas criadas en jaula. En ambos casos están encerradas sin acceso al exterior ni al aire libre.

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